La Zapatilla de Cenicienta

La Zapatilla de Cenicienta

En una ocasión, mi abuela me regaló una zapatilla de cristal que adornaba un llavero, ella sabía que me gustaban los cuentos de hadas, me decía que la historia era real, pero que no había sido tan elegante como en la adaptación cinematográfica...

Cuando apenas tenía siete años cenicienta perdió a su madre, la más elegante y distinguida señora del pueblo, quien partió del mundo dejando a cinco niños en manos de un deprimido padre, él no era un comerciante adinerado ni un señor de vastas tierras, era un sencillo carnicero, ahora desolado por la ausencia de su mujer.

El triste viudo ocupó en breve tiempo el lecho nupcial con otra mujer, la nueva esposa del carnicero tenía sus propios planes para una familia, por lo tanto, los hijos del antiguo matrimonio debían desaparecer a conveniencia de la nueva señora de la casa, los niños fueron divididos y repartidos entre los hermanos del carnicero, los tíos ricos escogieron a las más pequeñas, les esperaba una vida fácil y glamorosa; cenicienta y sus dos hermanos mayores fueron acogidos de mala gana por sus parientes en el campo, aceptando a los pobres en pago de un favor. 

La vida en la granja de los tíos era difícil, los días empezaban sin sol, las tareas domésticas no dejaban tiempo para la infancia, los tres hermanos se habían convertido en sirvientes casi analfabetas de sus tíos, pues cenicienta y sus hermanos nunca fueron enviados a la escuela después de mudarse al campo, sus tíos consideraban que aprender a leer o sumar sería innecesario, si solo iban a dedicar la vida a desgranar maíz y cuidar cerdos. 

Cada domingo cenicienta caminaba descalza hasta la plaza del pueblo para vender canastas de mimbre que ella misma tejía, las ganancias quedaban para los tíos como pago a su alimentación, lamentablemente no era suficiente para el calzado, tendría que esperar hasta navidad para heredar zapatos viejos.

En el mercado un joven la veía desde varias semanas atrás, a veces la notaba con lágrimas deslizándose por su mejilla cuando las canastas no se lograban vender, él se acercó, le compró una y siguió su camino con una guitarra al hombro. 

La semana siguiente el joven y su guitarra volvieron al puesto donde vendía cenicienta, esta vez no quería comprar una canasta, deseaba saber el nombre de la señorita.

El domingo siguiente, cenicienta volvió a la granja de sus tíos con una margarita, que obtuvo en pago por una sonrisa para el guitarrista. 

Así transcurrieron muchos meses, domingo a domingo se intercambiaba una canción por una memoria, una sonrisa por esperanza, hasta que la joven llegó a una edad en la que podría dejar a sus tíos, si se presentaba la propuesta.

Pero la pregunta no llegaba, cada domingo él se presentaba igual, sin dar un paso adelante o atrás, dejándola a ella a merced de sus tíos por otra semana más. 

El guitarrista no era el único joven en el pueblo que notaba cómo florecía la belleza de Cenicienta, que no se perdía a pesar de sus desgastadas ropas heredadas y de las maltratadas manos. Un joven conductor del pueblo contiguo empezó a cortejar a la señorita, le llevaba ramos de flores, no singulares margaritas, la invitaba a caminar por la plaza o a desayunar antes de comenzar su venta dominical. 

Al guitarrista no le molestaba la competencia, seguía repartiendo su sonrisa inmutable y ella, guardando su esperanza, pues a pesar de las atenciones del atento conductor, su corazón aguardaba entre las cuerdas oxidadas del joven músico. 

Los hermanos de cenicienta ya habían dejado la granja, uno de ellos volvería a buscar a su padre, la otra había sido aceptada como aprendiz en un salón de belleza. Los tíos recordaban constantemente a cenicienta que ya estaba en edad de casarse, que debía buscar pronto un marido y dejarlos en paz. 

La angustia despejó toda duda el domingo siguiente, cuando el conductor llegó con un ramo de rosas blancas y una propuesta de matrimonio. Cenicienta aceptó recatadamente el beso en la mejilla de su futuro esposo, mientras veía al otro lado de la plaza a su guitarrista, sonriendo y cantando a las encantadoras transeúntes que pasaban a su lado.

Cenicienta pudo dejar la desgraciada vida del campo, construyó su casa, tuvo sus hijos, su esposo no era el cochero de una calabaza encantada, su hada madrina nunca apareció y tenía una única zapatilla de cristal, tan pequeña, que sólo servía de adorno en un llavero.


Comments

  1. Se masca dolor en el desenlace, de magia 0 de realidad 100.

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    1. Realidad, como siempre, más cruda que la fantasía.

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