El Renacer de los Amantes

 


Sus piernas temblaban inseguras a cada paso,

se sabía observada por esos azulados ojos relucientes,

la distancia abreviada y la espera terminada,

en ese primer beso renacieron los amantes.


Caminaron hacia una habitación que no les pertenecía,

él con sus ágiles manos desnudaban su intimidad,

enterraba cauteloso su espada en aquel cáliz de carne

y ella moría de placer, satisfaciendo el imperioso apetito.


El amante se saciaba bebiendo del río que de ella brotaba,

luego trenzaba con adoración sus oscuros cabellos,

para tirar, sostener, controlar ese cuerpo en llamas.

El exquisito poder sobre la concubina, delirio del esposo.


Ella lo besaba saboreando su propia fragancia en otros labios,

besaba también esos tres puntos en la piel perfumada del amante,

ese triangulo de las bermudas trazado tímidamente en el pecho,

era el bendecido camino hacia su éxtasis y su perdición.


¡Ah! Aquel Abril primaveral y sus horas limitadas,

los amantes querían ignorar el cruel correr de las horas,

encapsular las promesas y conservar caricias dispersas,

detener el tiempo y el espacio sólo en aquella habitación.


Se besaban sin prisa ya en la muerte de día,

era momento de limpiar el pecado, vestirse y partir.

Al ausentarse el amante, se eclipsaba toda dicha.


Era momento de que la infértil tierra de su vientre

volviera a ser labrada por el señor del huerto.




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